sábado, 14 de enero de 2012

Amín



Esa tarde Amín caminaba tranquilo bajo el sol. Tan tranquilo como se puede caminar por el árido terreno cuando tu país está en guerra desde que se llevaban las hombreras, pero cuando te has criado entre bombas y disparos el sonido de los helicópteros no te parece nada extraordinario, e incluso no eres consciente de ello, y piensas en cosas más importante, como por ejemplo en que será más rápido, si una gaviota o una paloma.
Ensimismado, Amín se detuvo a mirar cuán alto estaba el sol, pensando como de larga debería ser una cuerda que cayese desde su superficie hasta la tierra, cuando de repente oyó una voz que salia de entre las paredes derribadas:
-“stop!!” “don´t move!”
Amín miró sorprendido en esa dirección. Pudo comprenderlo gracias al poco inglés que sabía, cuando de entre los escombros apareció un soldado. Era uno de esos Cascos Azules que de vez en cuando les daban arroz y con los que se hacían fotos que luego intercambiaban (era lo más parecido a los cromos de la liga que podían tener)
-“don´t move, don´t move!!” repetía, mientras con la camisa se secaba el sudor de la frente.
- “There is a bomb…”
El pobre Amín se había parado justo encima de una mina abandonada. No podía creerlo. En la inmensidad de la llanura, en una zona donde no dejaban de transitar carros y personas, y a él no se le ocurre otra cosa que plantarse encima de una mina abandona.
- “be quiet. I´ll bring help…” Y el tipo del casco azul se dio la vuelta y empezó a parlotear, haciendo aspavientos con su walkie.
Amín suspiró resignado.
Se puso a pensar en otras cosas, como si ignorando a la mina esta fuera a desaparecer de allí, cuando el ruido de un convoy de coches del ejército lo arrancó de sus pensamientos, cosa que francamente le molestó, pues se estaba imaginando a si mismo con bigote.
Del convoy comenzaran a bajarse soldados en perfecto orden y comenzaron a ordenarse alrededor de él. Unos montaron una especie de barriada, otros desalojaron a los curiosos, dos señores con gafas empezaron a sacar un muestrario de herramientas al lado suya. Le resultaba curioso ver como las armaban. Siempre le habían gustado los mecanos, pero no pudo terminar de verlos. Una chica empezó a ponerle maquillaje y arreglarlo. Perfectamente despeinado. Según parecía iban a sacarlo en las noticias y tenía que lucir en pantalla
Comenzaba a gustarle la situación.
Delante de él una reportera, a la que se le marcaba el tanga, comenzó a transmitir en directo la entrañable desdicha de un niño somalí que tuvo el infortunio de pararse sobre una mina antipersona. Amín se dio cuenta de las posibilidades financieras que el amarillismo le podía proporcionar, y colaboró aumentando el drama de la situación poniendo la cara más compungida que pudo improvisar.
A pesar de los intentos de los Cascos Azules cada vez había más curiosos alrededor, mirando desde sus balcones y colándose entre los escombros. Vecinos que nunca le habían saludado, e incluso otros niños que no le caían bien se acercaban por allí. Cuando la reportera sexi terminó su retransmisión otros soldados llegaron agasajándole con zumos, caramelos y haciéndole aire con una vieja carpeta. Se sentía como una estrella. Se imaginaba como lo entrevistarían en programas de televisión. Su cara en la vallas publicitarias anunciado leche con un bigote blanco sobre el labio y saliendo de gira con U2. El momento era mágico, los cuidados unidireccionales, cuando de repente el técnico que revisaba la mina arrojó sus herramientas al suelo y moviendo los brazos empezó a gritar.
“it´s not dangerous! Is broken! Come back home, guys!”

La gente comenzó a dispersarse, los soldados a recoger los bártulos. La reportera del tanga se arregló la falda y se encendió un cigarro, mientras su compañero guardaba las cámaras. Su momento de gloria había acabado.
Todos los visitantes se fueron por donde habían vuelto y los curiosos, que antes aparecían en todos los rincones, volvieron al amparo de sus hogares para protegerse del sol vespertino.
Amín no se fue a casa. Se quedó quieto sobre la mina hasta que cayó la noche, contrariado, porque nunca había salido en un fotograma de nada y la sensación le gustaba.
Se sentía raro. Estaba triste, como una piñata rota en el suelo y con un arco en el entrecejo, con ganas de beber como un bellaco y mentir como un cosaco.
No lo sabía, pero esa es la sensación que tenían todos los niños prodigio olvidados

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